María Teresa Galindo González
Hoy vengo a poner sobre la mesa una realidad que no podemos seguir ignorando. Una realidad que nos interpela a todas y todos los que conformamos esta comunidad universitaria.
Me refiero a la capacitación en el STUNAM, y a su falta de impacto real en el crecimiento laboral de quienes día a día sostenemos con nuestro trabajo a la Universidad Nacional Autónoma de México.
Es innegable: en los últimos años, desde el sindicato, se ha hecho un esfuerzo importante por fortalecer los programas de formación.
Se han ampliado los cursos, se han diversificado los temas, y cada vez somos más los trabajadores y trabajadoras que participamos activamente en estos procesos de actualización y aprendizaje.
Hablamos de cursos en tecnologías de la información, atención al público, desarrollo humano, temas sindicales.
Hablamos de jornadas de formación que exigen compromiso, tiempo, constancia. Y eso, compañeras y compañeros, no es menor.
Es un logro sindical que debemos reconocer.
Pero también es justo decirlo con toda claridad:
Ese esfuerzo no se ha traducido en oportunidades reales de crecimiento dentro de la UNAM.
Se capacita, sí. Pero las condiciones laborales permanecen estáticas.
No hay ascensos, no hay reubicaciones, no hay aumentos salariales asociados a ese crecimiento profesional.
Se nos pide más profesionalismo, pero se nos niegan más responsabilidades y crecimiento, que nos permite defender y justificar nuestra materia de trabajo.
Se nos exige actualización, pero no se nos abren puertas a una posibilidad escalafonaria acorde a esa capacitación.
¿Y entonces?
¿Para qué capacitar, si el aparato institucional no se transforma al mismo ritmo que su gente?
¿De qué sirve acumular constancias, si no existen mecanismos para que ese esfuerzo se traduzca en oportunidades reales?
Estamos frente a una contradicción profunda.
Por un lado, se impulsa un discurso de superación y mejora constante.
Pero por el otro, se mantiene un modelo laboral rígido, jerárquico, que parece seguir operando con las lógicas del siglo pasado.
Y esto, compañeras y compañeros, no solo frustra.
También desincentiva. Porque cuando el trabajador ve que su esfuerzo no tiene recompensa, que no hay movilidad ni reconocimiento, ¿para qué seguir participando en estos procesos?
Es urgente cambiar esa realidad.
La capacitación no puede ser solo un fin en sí mismo.
Debe ser vista como una herramienta estratégica para dignificar el trabajo y abrir caminos para la movilidad interna, el reconocimiento profesional y la mejora de nuestras condiciones laborales.
Para lograrlo, es indispensable que el STUNAM se posicione con fuerza y estrategia en las mesas de negociación.
Esto no se trata de pedir favores.
Se trata de exigir derechos, amparados en la Ley Federal del Trabajo y en nuestros contratos colectivos.
Y para eso, también necesitamos argumentos sólidos:
- estadísticas de participación,
- certificaciones obtenidas,
- competencias adquiridas,
- y, sobre todo, el impacto positivo que este esfuerzo tiene en la eficiencia de la universidad.
Al mismo tiempo, es fundamental que la UNAM haga su parte que es reconocer formalmente estos procesos como parte del perfil laboral de su personal de base.
Tiene que integrarlos en los concursos de promoción, en los cambios de adscripción, en los esquemas de estímulos y reconocimientos.
Porque si no hay articulación institucional, la capacitación seguirá siendo un esfuerzo útil solo en lo personal, pero sin impacto colectivo.
Y además, debemos democratizar el acceso a estos cursos.
Garantizar que lleguen a todas las áreas, a todas las categorías, y que no se concentren siempre en los mismos perfiles.
Compañeras y compañeros:
Tenemos en nuestras manos una herramienta poderosa.
Pero esa herramienta no puede seguir chocando contra un muro institucional. Necesitamos que la capacitación sea reconocida como lo que es: una inversión en el capital humano de la UNAM, una apuesta por la calidad, por la dignidad y por la justicia laboral.
En conclusión, el aumento de cursos en el STUNAM es un logro que no debemos minimizar. Pero este avance, para que sea verdadero, debe ir acompañado de una exigencia firme:
Que la UNAM reconozca este esfuerzo con acciones concretas, que permitan la movilidad, el ascenso y el reconocimiento económico.
Porque, compañeras y compañeros, capacitar sin posibilidad de crecer es sembrar sin esperar cosecha.
Y nosotros ya hemos sembrado suficiente.
Es momento de exigir que esa semilla dé fruto.
No solo para beneficio de quienes aquí trabajamos,
sino también para la calidad, la equidad y el futuro de la universidad más importante del país.
¡Por un STUNAM que luche y transforme!
¡Por una UNAM que escuche y reconozca!
¡Muchas gracias!
